Soto Grado, en la temporada de su debut en Primera "Era más que un sueño, como volar; pero la realidad ha superado mis sueños"

Hace menos de dos años, César Soto sólo tenía un objetivo: arbitrar en Segunda B y retirarse a los 41 años. Pero su vida se aceleró de manera increíble. Primero, el paso a Segunda División y, el pasado verano, el salto a Primera. Desde entonces y hasta el estado de alarma, catorce partidos arbitrados y otros tantos al cargo del VAR. Visitas al Bernabéu, Nou Camp, Wanda... han jalonado esta travesía por la élite hasta la imposición del estado de alarma y la suspensión del deporte. Ahora, César Soto se entrena para no perder la forma y volver cuando se pueda.

¿Cómo está viviendo esta temporada de debut en Primera?
Estoy muy contento porque era inesperado. Ascendí con 38 años, cuando rara vez se estaba subiendo con más de 35. Pensaba que Segunda era mi meta. Arbitrar en Primera para mí era más que un sueño, era como volar. Pero la realidad ha superado mis sueños.

¿Se nota la diferencia?
Muchísimo. Hace menos de dos años arbitraba en Segunda B y es muy diferente a Primera, hay un salto enorme. El fútbol es más rápido, hay una mayor presión y las acciones tienen más repercusión. Un error se multiplica por mil.

La temporada de su debut se ha visto cortada por el coronavirus, ¿Qué siente?
Es un poco raro, pero cuando las circunstancias son tan fuertes, lo de menos es el fútbol. Ni piensas que es una pena, sino que se recupere la gente. Es raro cortar así, pero no me he llevado mal rato por el fútbol.

De momento, 14 partidos con citas en el Bernabéu, Nou Camp...
Parece mentira, la verdad. Con mi asistente Carlos Álvarez lo he comentado en alguno de esos partidos. Hace poco nos hubiese encantado estar ahí y ahora lo estamos haciendo.

¿Se siente algo distinto cuando llega ese tipo de designaciones?
Creo que los árbitros somos un poco extraterrestres [ríe]. Cuando te dicen que arbitras a un grande, es cierto que igual no es como un partido 'normal', pero esa sensación te dura hasta el calentamiento. Cuando silbo, al igual que cuando jugaba, se quitan las mariposas y te metes en tu trabajo.

¿Y da lo mismo pitar a Messi, a Sergio Ramos... que a otro?
Sí, claro que da igual. Estás en tu vorágine y te olvidas de todo. Además, uno de nuestros trabajos es conocer a los jugadores. Vemos mucho fútbol, los estudiamos y yo les llamo por su nombre. De la misma manera que ellos también estudian al árbitro y también me llaman César. Es más educado y cortés.

Este año se ha estrenado con el VAR. ¿Se ha adaptado rápido?
Sí, tanto en el campo como en la sala. Al principio estábamos más verdes, pero el Comité nos hace trabajar bastantes jugadas, cuándo podemos participar o no... La formación es constante.

¿Resulta más cómodo arbitrar con VAR, es como una red?
La toma de decisiones es igual y así debe ser. Si desde el VAR ven algo claro que no se ha pitado, te llaman para que lo veas y decidas. Está claro que cuanto más te llama el VAR, te sientes más jodido. Es como en un examen, cuando te corrigen algo. A todos nos gustaría sacar un diez a la primera. Pero cuando te corrigen sabes que es lo justo. La primera vez puedes pensar que, por ejemplo, te has comido un penalti, pero ya hemos interiorizado que es algo bueno: ya que no lo he visto, menos mal que se enmienda el error. Después, toca seguir pitando igual. La intención del VAR es que no ocurran errores claros y manifiestos y se está logrando.

¿Ha parado durante el confinamiento?
¡No! Entreno físico todos los días, casi estoy más en forma, aunque me falta el campo y las botas. Y, además, el Comité Técnico de Árbitros nos envía jugadas, vídeos para revisar y mejorar nuestras actuaciones. También hemos tenido videoconferencias. Y en La Rioja también nos mandan trabajo. Nos falta tiempo [ríe]. Ojalá la gente viera lo que trabajamos. No se trata de ir a un campo y pitar dos horas. Lo que hay detrás es un trabajo muy duro. 

Del fútbol sala a la élite pasando por Las Norias 
Abulense de nacimiento, a César Soto le tocó de joven trasladarse a Belorado y de ahí, a Logroño. Es en La Rioja donde comenzó con su pasión. "Trabajaba en verano como socorrista en Las Norias para pagarme los estudios", recuerda. "Allí, un compañero, Toni, como sabía que me encantaba el fútbol, me animó a empezar como árbitro de fútbol sala. Ascendí a Segunda B y el secretario me pidió que probase con el fútbol. Subí a Tercera y tuve que elegir y me decanté por el fútbol", rememora. Desde ahí, un carrusel: un ascenso a Segunda B, un descenso y otra vez a la categoría de Bronce, donde pasó seis cursos antes de llegar a Segunda División. "Salió una buena temporada y nos ascendieron a Primera. Al principio soñaba con llegar al fútbol profesional, pero ahora, al probarlo, mi deseo es continuar", recalca. 

Un vínculo con los Álvarez, de padre a hijo 
Una de las personas que más de cerca ha vivido y más ha aportado para que el sueño de arbitrar en Primera se hiciese realidad ha sido Carlos Álvarez. Después de una trayectoria como colegiado principal que le llevó a Segunda B, un descenso provocó que el de Azofra se replantease todo. Ahí apareció su compañero y amigo César Soto. "Curiosamente, yo había empezado a arbitrar haciendo de juez de línea junto a su padre, Ernesto", rememora César. "Cuando Carlos decidió ser ayudante le dije que le veía muy bien y que si me quería acompañar", recuerda. Desde entonces, su vertiginoso ascenso a la élite ha ido siempre de la mano. "Somos, lo primero, amigos, y luego compañeros y me hace más feliz disfrutar esto juntos", señala.


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