Padre e hija dirigen juntos un partido de fútbol sala en Cantabria

Saturnino García, árbitro de fútbol sala, dirige un partido junto a su hija

Saturnino García Fernández es un verdadero apasionado de su mejor hobby: el arbitraje. A sus 45 años, acumula en su currículum más de veintitrés temporadas dirigiendo encuentros entre los que ha pitado ocho temporadas en la Segunda División Nacional de Fútbol Sala, por aquel entonces denominada División de Plata. Además de fútbol sala, Satur también es árbitro de otra disciplina balompédica: el fútbol playa, donde ha alcanzado la Primera División. “En el mundo del arbitraje he conocido a dos amigos de verdad: Abel Pereda e Iván Arce. He compartido con ellos multitud de viajes, aventuras, anécdotas, y puedo afirmar sin miedo a equivocarme que son las mejores personas y los mejores árbitros que conozco” – reconoce Satur a la pregunta referente a su mejor recuerdo del arbitraje. 

Irene (16) y Diego (12) son hijos de Saturnino. Quizá, para un padre, no haya más motivo de orgullo que comprobar como sus descendientes se convierten en personas adultas y como se forman en base a determinados valores que pretende inculcarles. Eso es lo que está logrando Satur, principalmente a través del arbitraje, pues sus dos hijos, verdaderos amantes del arbitraje, se han adscrito al Comité Cántabro de Árbitros en la presente temporada. Diego lo hizo a principio de temporada mientras que Irene, que tiene predilección por el arbitraje de fútbol campo, ha comenzado a pitar a inicios del año 2022. “Insistían en arbitrar y yo pensaba que era porque su padre es árbitro, pero con el tiempo me están demostrando que es porque realmente aman arbitrar”, reconoce Saturnino. “Llevaban años insistiendo y, finalmente, este año he accedido a adscribirles al Comité”. 

Arbitrar exige de mucha personalidad, mucha pasión y, sobre todo, de saber encajar la crítica y las situaciones adversas que con total seguridad se van a dar durante los partidos. Por eso, Satur ha decidido que el arbitraje ha de ser uno de los medios para formar a sus hijos, utilizar este vehículo como método de enseñanza y de aprendizaje no solo en esta faceta, sino para la vida en general. Como gran conocedor de la profesión que es, reconoce que “el arbitraje exige una fortaleza mental muy grande”, con lo que “trabajo con mis hijos para que si deciden continuar arbitrando sea porque ellos quieren”. Por eso, “he tomado la decisión de que no cobren, ese dinero se guardará pero es importante hacer hincapié en que deben hacerlo por pasión.” “Si el día de mañana denoto que se sienten obligados a arbitrar, seré el primero en aconsejarles dejar el arbitraje.” 

El objetivo, además de conseguir esa madurez, esa capacidad de sobreponerse a ciertas situaciones o a faltas de respeto, debe ser que ellos mantengan siempre la ilusión viva. Si algo tiene claro el árbitro cántabro, es que debe inculcar en sus hijos los valores de seriedad y respeto. “Yo les digo que sean respetuosos, que no se casen con nadie y que nadie les pueda achacar ninguna actitud antirreglamentaria” pues, en el campo, el árbitro es “la máxima autoridad” y “debe ser un ejemplo en absolutamente todo”. Satur comenzó a pitar con veintidós años, cuando descubrió que dirigir “algo”, ser juez de “algo” o tener la potestad de decidir sobre “algo” le encantaba. Por eso “decidí apuntarme al comité” y, entre risas, admite que “hasta hoy hemos llegado y aún me queda cuerda para rato.” Además, la incorporación de sus hijos al Comité es una muestra de que la pasión por el arbitraje corre por la sangre. 

Esta cadena la inició su hermano César, árbitro asistente de Primera División durante quince temporadas y actualmente informador de 1ª y 2ª División. Una larga trayectoria la de Saturnino que, sin lugar a dudas, tiene uno de sus puntos álgidos el día que compartió silbato con su hija Irene. Todavía entre lágrimas de emoción, Satur recuerda ese día como uno de los más especiales de su vida. “Yo le transmití a mi hija que no se preocupase, que si fallaba no pasaba nada, que yo iba a estar ahí para ayudarla” – confiesa. “Realmente lo que más me emociona es ver como disfrutan, como lo viven y como lo sienten.” “Llevan el arbitraje dentro todos los días. Durante la semana piensan en el partido del fin de semana y, después de este, lo analizan y les gusta hablar y mejorar.” El orgullo de un apasionado no puede ser otro que compartir afición con sus hijos. Por eso, Saturnino se considera un auténtico afortunado y brinda porque el futuro de sus hijos sea ligado al arbitraje “siempre y cuando continúen disfrutando.”

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